viernes, 27 de julio de 2012

Horacio Quiroga (1879-1937) Las medias de los flamencos (Cuentos de la selva, 1918) Cierta vez las víboras dieron un gran baile. Invitaron a las ranas y a los sapos, a los flamencos, y a los yacarés y a los peces. Los peces, como no caminan, no pudieron bailar; pero siendo el baile a la orilla del río, los peces estaban asomados a la arena, y aplaudían con la cola. Los yacarés, para adornarse bien, se habían puesto en el pescuezo un collar de plátanos, y fumaban cigarros paraguayos. Los sapos se habían pegado escamas de peces en todo el cuerpo, y caminaban meneándose, como si nadaran. Y cada vez que pasaban muy serios por la orilla del río, los peces les gritaban haciéndoles burla. Las ranas se habían perfumado todo el cuerpo, y caminaban en dos pies. Además, cada una llevaba colgada, como un farolito, una luciérnaga que se balanceaba. Pero las que estaban hermosísimas eran las víboras. Todas, sin excepción, estaban vestidas con traje de bailarina, del mismo color de cada víbora. Las víboras coloradas llevaban una pollerita de tul colorado; las verdes, una de tul verde; las amarillas, otra de tul amarillo; y las yararás, una pollerita de tul gris pintada con rayas de polvo de ladrillo y ceniza, porque así es el color de las yararás. Y las más espléndidas de todas eran las víboras de que estaban vestidas con larguísimas gasas rojas, y negras, y bailaban como serpentinas Cuando las víboras danzaban y daban vueltas apoyadas en la punta de la cola, todos los invitados aplaudían como locos. Sólo los flamencos, que entonces tenían las patas blancas, y tienen ahora como antes la nariz muy gruesa y torcida, sólo los flamencos estaban tristes, porque como tienen muy poca inteligencia, no habían sabido cómo adornarse. Envidiaban el traje de todos, y sobre todo el de las víboras de coral. Cada vez que una víbora pasaba por delante de ellos, coqueteando y haciendo ondular las gasas de serpentinas, los flamencos se morían de envidia. Un flamenco dijo entonces: —Yo sé lo que vamos a hacer. Vamos a ponernos medias coloradas, blancas y negras, y las víboras de coral se van a enamorar de nosotros. Y levantando todos juntos el vuelo, cruzaron el río y fueron a golpear en un almacén del pueblo. —¡Tan-tan! —pegaron con las patas. —¿Quién es? —respondió el almacenero. —Somos los flamencos. ¿Tiene medias coloradas, blancas y negras? —No, no hay —contestó el almacenero—. ¿Están locos? En ninguna parte van a encontrar medias así. Los flamencos fueron entonces a otro almacén. —¡Tan-tan! ¿Tienes medias coloradas, blancas y negras? El almacenero contestó: —¿Cómo dice? ¿Coloradas, blancas y negras? No hay medias así en ninguna parte. Ustedes están locos. ¿quiénes son? —Somos los flamencos— respondieron ellos . Y el hombre dijo: —Entonces son con seguridad flamencos locos. Fueron a otro almacén. —¡Tan-tan! ¿Tiene medias coloradas, blancas y negras? El almacenero gritó : —¿De qué color? ¿Coloradas, blancas y negras ? Solamente a pájaros narigudos como ustedes se les ocurre pedir medias así. ¡Váyanse en seguida! Y el hombre los echó con la escoba. Los flamencos recorrieron así todos los almacenes, y de todas partes los echaban por locos. Entonces un tatú, que había ido a tomar agua al río se quiso burlar de los flamencos y les dijo, haciéndoles un gran saludo: —¡Buenas noches, señores flamencos! Yo sé lo que ustedes buscan . No van a encontrar medias así en ningún almacén . Tal vez haya en Buenos Aires, pero tendrán que pedirlas por encomienda postal. Mi cuñada, la lechuza, tiene medias así. Pídanselas, y ella les va a dar las medias coloradas, blancas y negras. Los flamencos le dieron las gracias, y se fueron volando a la cueva de la lechuza. Y le dijeron : —¡Buenas noches, lechuza! Venimos a pedirte las medias coloradas, blancas y negras. Hoy es el gran baile de las víboras, y si nos ponemos esas medias, las víboras de coral se van a enamorar de nosotros. —¡Con mucho gusto! —respondió la lechuza—. Esperen un segundo, y vuelvo en seguida. Y echando a volar, dejó solos a los flamencos; y al rato volvió con las medias. Pero no eran medias, sino cueros de víboras de coral, lindísimos cueros. recién sacados a las víboras que la lechuza había cazado. —Aquí están las medias —les dijo la lechuza—. No se preocupen de nada, sino de una sola cosa: bailen toda la noche, bailen sin parar un momento, bailen de costado, de cabeza, como ustedes quieran; pero no paren un momento, porque en vez de bailar van entonces a llorar. Pero los flamencos, como son tan tontos, no comprendían bien qué gran peligro había para ellos en eso, y locos de alegría se pusieron los cueros de las víboras como medias, metiendo las patas dentro de los cueros, que eran como tubos. Y muy contentos se fueron volando al baile. Cuando vieron a tos flamencos con sus hermosísimas medias, todos les tuvieron envidia. Las víboras querían bailar con ellos únicamente, y como los flamencos no dejaban un Instante de mover las patas, las víboras no podían ver bien de qué estaban hechas aquellas preciosas medias. Pero poco a poco, sin embargo, las víboras comenzaron a desconfiar. Cuando los flamencos pasaban bailando al lado de ellas, se agachaban hasta el suelo para ver bien. Las víboras de coral, sobre todo, estaban muy inquietas. No apartaban la vista de las medias, y se agachaban también tratando de tocar con la lengua las patas de los flamencos, porque la lengua de la víbora es como la mano de las personas. Pero los flamencos bailaban y bailaban sin cesar, aunque estaban cansadísimos y ya no podían más. Las víboras de coral, que conocieron esto, pidieron en seguida a las ranas sus farolitos, que eran bichitos de luz, y esperaron todas juntas a que los flamencos se cayeran de cansados. Efectivamente, un minuto después, un flamenco, que ya no podía más, tropezó con un yacaré, se tambaleó y cayó de costado. En seguida las víboras de coral corrieron con sus farolitos y alumbraron bien las patas de! flamenco. Y vieron qué eran aquellas medias, y lanzaron un silbido que se oyó desde la otra orilla del Paraná. —¡No son medias!— gritaron las víboras—. ¡ Sabemos lo que es! ¡Nos han engañado! ¡Los flamencos han matado a nuestras hermanas y se han puesto sus cueros como medias! ¡Las medias que tienen son de víboras de coral Al oír esto, los flamencos, llenos de miedo porque estaban descubiertos, quisieron volar; pero estaban tan cansados que no pudieron levantar una sola pata. Entonces las víboras de coral se lanzaron sobre ellos, y enroscándose en sus patas les deshicieron a mordiscones las medias. Les arrancaron las medias a pedazos, enfurecidas y les mordían también las patas, para que murieran. Los flamencos, locos de dolor, saltaban de un lado para otro sin que las víboras de coral se desenroscaran de sus patas, Hasta que al fin, viendo que ya no quedaba un solo pedazo de medias, las víboras los dejaron libres, cansadas y arreglándose las gasas de sus trajes de baile. Además, las víboras de coral estaban seguras de que los flamencos iban a morir, porque la mitad, por lo menos, de las víboras de coral que los habían mordido eran venenosas. Pero los flamencos no murieron. Corrieron a echarse al agua, sintiendo un grandísimo dolor y sus patas, que eran blancas, estaban entonces coloradas por el veneno de las víboras. Pasaron días y días, y siempre sentían terrible ardor en las patas, y las tenían siempre de color de sangre, porque estaban envenenadas. Hace de esto muchísimo tiempo. Y ahora todavía están los flamencos casi todo el día con sus patas coloradas metidas en el agua, tratando de calmar el ardor que sienten en ellas. A veces se apartan de la orilla, y dan unos pasos por tierra, para ver cómo se hallan. Pero los dolores del veneno vuelven en seguida, y corren a meterse en el agua. A veces el ardor que sienten es tan grande, que encogen una pata y quedan así horas enteras, porque no pueden estirarla. Esta es la historia de los flamencos, que antes tenían las patas blancas y ahora las tienen coloradas. Todos los peces saben por qué es, y se burlan de ellos. Pero los flamencos, mientras se curan en el agua, no pierden ocasión de vengarse, comiéndose a cuanto pececito se acerca demasiado a burlarse de ellos.

martes, 10 de julio de 2012

El mito de Orfeo y Eurídice Eurídice era una ninfa y era la esposa de Orfeo (poeta y músico divino). Orfeo amaba profundamente a su bella esposa quien acostumbraba a pasear con las náyades. Una vez en que la bella Eurídece caminaba en uno de sus paseos, por un prado de Tracia fue vista -según Virgilo- por Arsisteo, quien prendado inmediatamente de ella, la persigue para hacerla suya. Ella escapa con gran velocidad y miedo, pues su corazón sólo le pertenece a Orfeo. En su huída, Eurídice es mordida por una serpiente y muere. Orfeo, desconsolado la llora y su desesperación no encuentra consuelo, por lo que toma la arriesgada decisión de ir en busca de su dulce y amada esposa al Hades, la tierra de los muertos. Con su dulce canto y su poesías, Orfeo logró conmover a Caronte, quien lo deja atravesar el río Estigia, límite entre el mundo de los vivos y los muertos. Después, también con sus habilidades artísticas Orfeo logra convencer a Perséfone y a Hades de que le permitan llevarse a Eurídice. Las divinidades subterráneas aceptan que se la lleve, pero Orfeo debe prometer que no intentará ver a su esposa hasta que la haya llevado a la luz del sol. Entonces, según lo convenido, Eurídice seguía a Orfeo en el camino hacia la luz, y en el momento en que estaban a punto de abandonar las oscuras profundidades, Orfeo tuvo dudas. Así, empezó a pensar en la posibilidad de que Perséfone lo hubiera engañado y que Eurídice no viniera tras él, por lo que no pudo soportar la tentación y se volvió para mirarla y corroborar que ella venía con él. Cuando esto ocurrió, Eurídice fue arrastrada por una fuerza irresistible otra vez hacia el Hades. Orfeo, desesperado, intenta ir de nuevo a rescatar a su amada, pero esta vez Caronte no se lo permite. Orfeo regresó a la Tierra solo y desamparado y mantuvo fidelidad a su esposa hasta su muerte.
Un poco de humor en la narración, me encanta este cuento, disfrútenlo. EL PESCADO QUE SE AHOGÓ EN EL AGUA El arroyo de La Cruz había crecido por demás y bajando dejó unos charcos en la orilla. Por la orilla iba precisamente el comisario Tero Pelado, al tranquito e su caballo. Era Gumersindo Zapata, a quien no le gustba mirar de frente y por eso siempre iba rastrillando el suelo con los ojos. Así, rastrillando, vio algo que se movía en un charquto y se apeó. Era una tararir, ese pez redondo, dientudo y espinoso, tan corsario que no deja vivir a otros. Vaya a saber por qué afinidad, Gumersindo les tenía simpatía a las tarriras, de manera que se agachó y alzó a la que estaba en el charco. Montó a caballo, de un galope se llegó a la comisaría, y se hizo traer el tacho donde se lavaba los "pieses" los domingos. Lo llenó de agua y echó dentro a la tararira. El tiempo fue pasando y Gumersindo cuidaba todos los días de sacar el "pescado" del agua, primero un rato, después una hora o dos, después más tiempo aún. La fue criando guacha y le fue enseñando a respirar y a comer como cristiano. ¡Y tragaba la tararira! Como un cristiano de la policía. El aire de Tero Pelado es bueno y la carne también, y así la tararira, criada como cordero guacho, se fue poniedo grande y fuerte. Después ya no hacía falta ponerla en el agua y aprendió a andar por la comisaría, a cebar mate, a tener despierto al imaginaria, y hasta a escribir prontuarios (...) Gumersindo Zapata la sabía sacar de paseo, en ancas, a la caída de la tarde. Esa fue la desgracia. Porque en una ocasión, cuando iban cruzando el puente sobre el arroyo de La Cruz, la pobrecita tararira se rsbaló del anca y cayó al agua. Y es claro. Se ahogó. Que es lo que les pasa a todos pos pescados que, dedicados a otra cosa que a ser pescados, olvidan que tienen que ser eso: buenos pescados. (...)